Más allá de la bioquímica está la nutrición energética. «El viaje de vuelta a la esencia de los alimentos, para recuperar su espíritu».
Es evidente que la brusca desconexión sufrida por el ser humano moderno con el orden de la naturaleza, con la idea de «PROGRESO», más concretamente, con la llegada de la revolución industrial y posteriormente de la informática, lo ha dejado colgado en un mundo donde todas las respuestas a la desconexión se buscan en el intelecto, en la razón y en la ciencia. El mensaje parece ser: «Lo más importante es lo que piensas, no lo que sientes».
Y así, poco a poco, los seres humanos han ido construyendo un mundo de cemento, metal y coltán. Ciertamente con ganancias en términos de «civilización industrial y científica», pero dejando un enorme desequilibrio a la condición humana; no sólo guerras que todavía se libran en países con muchos recursos naturales, donde los nativos son desarraigados para glorificar al lobby de la tecnología de la información, y sumergiendo a la raza humana en una amnesia colectiva, en un sonambulismo social que depende del plasma y del ingenio del marketing para apreciar cuáles son sus necesidades esenciales.
Estoy de acuerdo en que esta es la realidad que nos ha tocado vivir, y la historia se repite, el resplandor de las grandes civilizaciones cuando alcanzan su máximo esplendor, donde el hombre se cree señor de todo lo que existe lleva a la decadencia, no como un castigo, sino como una oportunidad para aprender y empezar de nuevo con respeto y humildad.
Es necesario recuperar una alimentación consciente que nos permita comprender nuestro origen.
El cambio deviene del interior a través de la alimentación consciente
Pero también tengo la certeza de que esta realidad que estamos viviendo puede darnos un giro, no un giro político ni masivo, porque el verdadero giro viene de ti, de ti y de ti. Y la suma de cada «TÚ» logrará este giro, hacia su propia naturaleza que nos interconecta con todos los seres sintientes. Sólo hay un latido, sólo hay un cuerpo. Cuando nos veamos uno con la naturaleza, no con el concepto sino con el sentimiento, cambiaremos, porque será una minoría la que quiera seguir sado-castigándose.
Cuando me refiero a la naturaleza, no me refiero únicamente a los campos verdes, frondosos y selváticos, a los ríos cristalinos, a los mares azules, a los polos árticos guardianes de la armonía, al mundo plural de los insectos, a las cooperativas de mamíferos herbívoros como ejemplo de fortaleza, respeto y comunidad y a un sinfín de imágenes de flora, fauna y campo. Me refiero a la naturaleza intrínsecamente humana.
El curso del «progreso» en su fantasiosa inventiva y toda su fabricación de elementos distractores, nos alejó de la observación directa de la naturaleza y de la «auto-observación», cualidad única y diferenciadora del resto de las especies sobre la tierra.
Con el Renacimiento y la Edad de la Razón, llegó también la visión mecánica de la naturaleza. La humanidad tenía un nuevo Dios, algo así como un gran artefacto cósmico, dirigido por la mecánica y articulado por una lógica infalible.
Caímos en nuestra propia trampa conspirando contra la visión total, ahora cegados por el sentido común, dejamos de guiarnos por la visión inspirada por el orden del universo y la conciencia espiritual energética y cedimos a los nuevos métodos de «conocimiento» que se volvieron «razonables», compuestos de disección y análisis.
El mayor daño se nos hizo cuando la alimentación, puente de unidad con el entorno, quedó relegada al uso exclusivo de la ciencia. El estudio de la nutrición se basó en gran medida en la «disección» de los «cuerpos alimenticios» (el análisis de las cenizas que quedan tras incinerar un alimento en un laboratorio). Un enfoque abstracto, divorciado de la realidad viva, que no tiene nada en común con la sabiduría energética de la alimentación consciente. El cambio de un mundo guiado por la energía a otro regido por la mecánica trajo consigo un cambio telúrico en nuestro enfoque de la vida.
Carta de un memorable jefe indio al Presidente de los Estados Unidos en 1854
En la carta decía: «Esto sabemos: …todas las cosas están conectadas como la sangre que nos une a todos. El hombre no tejió la red de la vida, él es simplemente una hebra de ella. Todo lo que hace a la red, se lo hace a sí mismo».
Sabía que la naturaleza era simplemente la humanidad vuelta hacia fuera y la humanidad era la naturaleza vuelta hacia dentro.
Antes de la era industrial y de la informática, el ser humano tenía una perspectiva unificada de la vida, sustentada en el contacto regular y constante con la naturaleza. Solíamos observar cada experiencia en la naturaleza con sumo cuidado, porque sabíamos que era nuestra fuente, nuestra compañera de vida y la fuerza perpetua que podía responder a nuestras necesidades y asegurar el futuro de las nuevas generaciones.
Comer en la mesa de la naturaleza, con una alimentación consciente, lo más directamente posible sin intermediarios de la agroindustria moderna, es la forma más directa de re-conectar con uno mismo y con la tierra, como el vínculo más directo con la buena vida. La tierra es la última referencia de la calidad de los alimentos, al fin y al cabo, de allí proceden. Esta verdad tiene tanto sentido; ¿cómo hemos podido olvidarlo?
La calidad de los alimentos en una alimentación consciente
El verdadero conocimiento de los alimentos, conocer el poder de los alimentos, tiene que ver con familiarizarse con la calidad de los alimentos y su relación con la cantidad, esto forma parte de una alimentación consciente.
La calidad es algo que no se puede ver pero sí conocer. Tiene que ver con varias etapas del proceso que termina con la cantidad. La calidad puede medirse con los sentidos o con instrumentos físicos científicos.
La energía alimentaria no excluye la información técnica nutricional o química, pero no es el eje central de lo que es importante para alimentarnos. Ésta existe «por el hecho» de ser el propio alimento. La calidad del alimento es su esencia, su carácter o personalidad espiritual, incluso el alma del alimento. La única forma de medir la calidad de los alimentos es a través de los sentidos, es decir, hay una gran diferencia entre la información sobre los alimentos y el conocimiento.
El verdadero conocimiento es una cualidad humana, que se encuentra en algún lugar entre el instinto que le dice a un pato recién nacido cómo nadar, a un pájaro cómo volar y la visión inspirada que le dijo a Paganini dónde poner la siguiente nota. Mi verdadero trabajo es que llegues al conocimiento personal de la «calidad de los alimentos».
Conocer la calidad de la comida es igual a cuando sabes cómo la música te hace vibrar y sentir de una determinada manera, cuando sientes que estás enamorado. Uno de los fundamentos para conocer la calidad de los alimentos debe partir del lugar más orgánico posible, es decir, cultivado sin productos químicos ni insecticidas, sin interrumpir la relación con el «bioma» inherente a la especie que sabe en sí misma qué tipo de tierra, y en qué estación del año y en qué parte del planeta crecer.
«La inteligencia somática de flores y plantas», es decir, que si cultivamos mediante la «agricultura» o cultura agraria, que es lo mismo, al menos lo hagamos de forma consciente, procesada naturalmente.
No desprecio el análisis químico, que podríamos considerar «conocimiento en la sombra», el eco de la experiencia cuando se separa, aísla y disecciona con las herramientas de los hombres. La energía alimentaria se refiere al verdadero conocimiento que te transmiten los alimentos cuando los comes y que luego se expresa en tu cuerpo físico, mental y emocional.
Este conocimiento es tan antiguo como las historias vivas del reino vegetal. Es el mismo conocimiento que informó e inspiró la sabiduría de los grandes sistemas filosóficos basados en los alimentos de la antigüedad, aunque para muchos pueda ser un sistema nuevo y radical.
Por ejemplo, un pequeño ramillete de brócoli cultivado de manera ecológica por un agricultor local, teniendo muy en cuenta las lunas y el momento en que se expresa naturalmente por la naturaleza, significa respetar el lenguaje de la tierra. Comparado con el brócoli cultivado con productos químicos e insecticidas fuera de su temporada real en un invernadero, que se cultiva para una cadena de tiendas, lo que significa que su crecimiento también se acelera con peróxido de hidrógeno, o el brócoli recolectado industrialmente para luego ser congelado y transportado en un camión frigorífico, y en el peor de los casos, condenado a vivir en un contenedor metálico como conserva, con una tonelada de aditivos.
Ese brócoli aparentemente verde y reluciente que se come en un restaurante, bajo el estudio bioquímico conserva todas las sustancias (ácido fólico, fibra, magnesio, vitaminas A, C, tiene pocas calorías). Probablemente no puedas ver la diferencia entre los ecológicos y los demás, la diferencia es la calidad.
La calidad de algo representa lo que es en el fondo, o detrás de X cantidad. La calidad no sólo se refiere a lo bueno o sano que es el alimento. Se refiere al carácter esencial específico del alimento.
«La joven india, después de un día recolectando semillas, hojas y raíces, se arrodilló junto al fuego en medio de su cueva y rezó en silencio, manifestando gratitud al gran espíritu, mientras preparaba su comida. Sus pensamientos volvieron a su paseo por los prados. Sabía que las raíces que había encontrado, la bardana y algunas zanahorias silvestres absorberían el espíritu que le daría acceso al vasto silencio de la sabiduría terrenal y le inculcó echar raíces y tenacidad, de las hojas silvestres de sabor amargo, flexibilidad y de las semillas atención plena y penetrante».